domingo, 19 de julio de 2009

David y Goliat Reloaded

Me estalla el cerebro en mil pedazos. Me pasan ideas, cosas, casas. Malos y buenos pensamientos. Odios e impotencias que rápidamente son corridos, desplazados por amores, pasiones y ganas.
Y si, la gripe porcina inflada por la misma que siempre nos miente generó un quilombo en la economía. Y esa que me miente me lo hace por la cara, no repara ni un instante en lo dañino que resulta y me miente. Me miente mal, me inventa realidades que hasta a veces creo.
Me miente solo por negocios, me miente.
Y me quiere hacer creer que es inocente, juvenil, simpática. Y me quiere hacer creer que me defiende, que juega en mi equipo y se pelea con mis rivales. Que defiende mi arco y mete los goles de mi bando. Pero nunca me cuenta las razones, no me muestra los costados, sino la unilateralidad y lo sesgado de una imagen, de una toma televisiva frontal que dice que a los negros nos trajeron en micro y que los blancos se autoconvocaron. Una imagen que evita recordar que ella fue parte del golpe de estado y que orgullosa se tomaba fotos con Videla, con los represores. Me oculta que es dueña de la empresa que produce todo el papel de diario que circula en nuestro país. Y se distrae para no confesar que esa empresa es el fruto de negocios sucios que hizo con la dictadura. Me piensa autista y me sigue mintiendo. Me niega de que es dueña de más del %40 de los medios de comunicación del país y que tiene dos hijos apropiados. Acto seguido tiene el tupé de hablar de democracia y consenso.

Me distrae hablando mal de todo lo que sea participación. Porque cuando dejamos de lado la participación (como herramienta) y la denigramos, es cuando mejor hace sus juegos, sus negocios, sus asquerosas manipulaciones. Porque ella no es de izquierda pero tampoco de derecha. Ella no tiene ideología, solo bolsillo. Dirá que es comunista o peronista si está de moda y le sirve para incrementar sus ingresos.
Ella me miente, pero yo no le creo. Y aunque me mire desde muy arriba como me mira en la tabla del promedio mi adversario futbolístico cuando acabamos de salvarnos de un trágico descenso, yo le retruco con una sonrisa picarona y le hago saber que no le tengo miedo. Le hago saber que este chiquito que la mira de tan abajo intenta juntarse con otros para destruirla. Para pegarle en el talón de Aquiles o construirle un caballo de Troya o representar la imagen en la que cientos de pececitos con forma de pez enorme se comen a un gran pez.

La miro fijo a los ojos, sabiendo que lo voy a lograr. Porque llegaré al tenue cajón que represente a mi muerte y habrá gente llorando. Quizás no sean muchos pero me estarán amando, disfrutando en su retina los momentos malos y felices que pasamos, que compartimos. Y esa gente tendrá el grato recuerdo fresco de que cumplieron la epopeya de destruirla. Y construiremos una sociedad en la que seguro no hablaremos todos, pero si cientos de miles.

Porque el pozo de calle corrientes no me interesa, solo le interese al pequeño porcentaje de porteños que por allí andan y lo han sufrido. Porque quiero gritarle al mundo que beso con ganas, que estamos arreglando el club de la esquina de casa para los nenes del barrio, que un niño muere de hambre y otro de abandono. Pero como no es Todo Negativo, también quiero gritar con los ojos llenos de lagrimas alegres que un pendejo consiguió laburo, que otro pudo comprar la casa en la que criará a sus hijos, que una pareja de ancianos orgullosos se besan con la lengua en plena calle Bossinga y la puta que los re parió mi equipo safó del descenso en el último minuto del último partido.

miércoles, 17 de junio de 2009

Cambio de frente para GOL


El tiempo pasa rápido, tan rápido que nos apura y la cotidianidad nos aplasta la cabeza. Nos abomba y no nos permite mirar para atrás ni para los costados.

Solo podemos ver para adelante. Pero es un adelante como el que observa el caballo que mueve el carro de una familia humilde que se las rebusca cartoneando. Un adelante con los cueros circulares a los costados de los ojos, confuso, sesgado y oscuro.

Y ese adelante nos permite recordar algunas pocas cosas de las que vamos dejando en el camino. Hechos, emociones, saberes, tristezas y alegrías que rápidamente parecen quedar lejanos, distantes, irrecuperables y anacrónicos a nuestros próximos pasos. Ligereza torpe al caminar que nos paraliza, nos deshistoriza y no tenemos rumbo.

Nos sentimos cómodos de pasar por la tierra sin dejar una huella, una marca, un recuerdo. Y no un recuerdo individual, mezquino y egocéntrico. Sino huellas colectivas, que nos marquen como generación, como jóvenes, como pueblo.

No nos horrorizamos ante la idea de que seremos para la historia una generación que pasó y solo pasó por la tierra. Y no de esas generaciones que paran la pelota, ponen un cambio de frente y después de un cabezazo perfecto al ángulo, al rincón donde duermen las arañas… GRITA GOL.

Somos un partido de sábado sin goles, de dos equipos que rondan la mitad de la tabla y sin tribuna visitante... ABURRIDO.

Pero vamos arrancando. Porque no somos idiotas. Porque nos aburren los partidos aburridos y soñamos con debutar en primera. Porque nos pondría la piel de gallina entrar a un estadio y que un pueblo (nuestro pueblo) sienta, sufra, llore y cante al compás de cada enganche que metemos.

Porque estamos vivos y caminamos. Caminamos por una vereda rota de una calle de La Plata y pateando una lata aplastada de gaseosa, imaginamos ese partido soñado. Y cuando levantamos la mirada para gritar el gol nos encontramos con las rejas de una casa. Una casa rara, rota y con paredes agujereadas como un colador de fideos.

Asomamos la cabeza e intentamos mirar por el agujero más grande, el que está en el medio de la pared. En la puerta hay un cartel cuadrado, chiquito que dice “Casa Mariani – Teruggi”. Es un pedazo de historia en el medio de la vereda. Un testimonio impresionante.

Es la casa en la que vivían Daniel Mariani y Diana Teruggi. Es la casa en donde también un comando encabezado por el represorforroconchasumadre de Camps mató a Diana y a 4 compañeros de militancia. Un comando que plantó los tanques en el medio de una calle de la ciudad y sin descaro ni reparo dio con balas y bombas a la casa. Balas, hasta llevarse consigo las cinco vidas y secuestrar a la hija de 3 meses de Diana. La casa sigue ahí, intacta.Un anacronismo en pleno calle 30 entre 55 y 56, en el medio de la ciudad.

Pateamos la latita como sacando la pelota del fondo de la red, después de que el rival nos hizo un gol que definió el partido y por un momento nos revienta la cabeza de la bronca. Pero nos detenemos un segundo y descubrimos que en la casa no solo se puede ver el final trágico. Podemos ver a esos jóvenes, niños, adolescentes de 26, 25, 28 años. Estudiantes de arquitectura, letras, medicina.

Los vemos reírse, jugar con la nena, cocinar rico. Los vemos en la imprenta oculta que tenían en el fondo de la casa, rompiendo el aislamiento, volviendo a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad, derrotando el terror y haciendo circular la información. Los vemos comunes, jugando a la pelota, aprobando y desaprobando materias, pegándole a la puerta porque un amor los dejó, besando con pasión por otro amor que llegó.

Comunes, pero con la diferencia de que ellos SÍ metían el cambio de frente, cabeceaban bonito y la clavaban en el ángulo. Y después de agarrar la pelota para llevarla al medio de la cancha, les gritaban el gol de frente a los personeros del horror, les sonreían en la cara y les escupían un ojo.

Nos vamos de la casa camino a quien sabe donde, pero seguros de que ese cacho de historia nos devolvió las esperanzas y las ganas de salir de ese vestuario de caras largas. Salir a cagarlos a goles en un glorioso segundo tiempo. Seguros de que nuestro partido no será un partido aburrido y quedará en la historia, en los libros y manuales del fútbol.